Todos los muebles de aquella habitación estaban contra la pared para dejar espacios libres en el centro. Vladimir había dibujado un gran símbolo arcano en el piso y en cada pared se podían divisar lo que este narrador podría explicar como letras de algún dialecto perdido del cual no tenemos ninguna referencia hasta ahora. Las luces estaban apagadas pero había velas de color azul puestas desordenadamente por todos lados. En una esquina de la habitación estaba Vladimir sentado al lado del símbolo arcano en el piso, sostenía un libro forrado en cuero y leía desquiciadamente cada página, lo trababa con un amor y una delicadeza que ninguna mujer podría merecer, como si de su vida dependiera cada línea. El silencio era agobiante, lo único que se podía escuchar (si es que de verdad ponías atención) era el suave roce de la brisa por sobre sus ropas rasgadas y sucias. El reloj marcaba las 3 de la mañana y el rostro de Vladimir se volvía aun más sicopático y lujurioso, una sonrisa de satisfacción se apodero de él como si hubiera terminado de eyacular en el amor de su vida.
Las calles estaban aparentemente vacías, pero cada noche los valientes deambulan sigilosos por las esquinas en busca de drogas, alcohol, alguna sustancia extraña o prostitutas baratas. Muchas veces encontraban el placer, otras veces la muerte o el terror en persona los encontraba a ellos primero.
Dante y Leroy caminaban en busca de nada en especial, fumaban calladamente sin mirarse siquiera, como si no existiera el uno para el otro. Dante fuma el último milímetro de su cigarrillo y se dispone a apagarlo, al pisarlo… algo más que el tabaco muere. De lo alto se escucha el bestial aullido de una ventana al quebrarse, luego el cuerpo de un hombre se desploma en el piso, sus ropas están sucias y gastadas, su rostro sicóticamente muerto. Dante lo mira con indiferencia al principio, de pronto sus gestos cambian al mirar hacia arriba y ver que una bestia alada se posa en la ventana rota de aquel departamento, enciende sus ojos y comienza a volar.